Fotografía: Lothian
Lo supe hace poco, hurgando en la hemeroteca municipal. Sin saber por qué me surgió la necesidad de averiguar qué ocurrió en mi ciudad cuando yo tenía 10 años.
Mucha noticia política, en un país que acababa de salir de un régimen y estaba iniciando una nueva etapa, llena de esperanzas e incertidumbres.
Por eso me llamó la atención aquella noticia local que robó portadas a la actualidad nacional. Una niña de 10 años fallecía en un trágico y oscuro accidente doméstico, conmocionando a la ciudad. Cuando vi su foto comprendí todo, lo que nunca supe explicaba la sensación de abandono que me acompañó toda la vida.
De Verónica recordaba los juegos, las risas, el estar siempre juntas, el sentirse perdida en el colegio cuando ella enfermaba, las salidas a la playa los domingos de verano con sus padres o los míos, las canciones que gritábamos juntas, las confidencias de los primeros quebraderos de cabeza por amor…
Y de pronto, simplemente desapareció. “Se fue. No volverá”, me dijeron, sin más explicaciones. Nunca entendí cómo había podido irse sin despedirse de mí, sin proponerme que me fuera con ella. Me abandonó y arrastré para siempre ese dolor.
Ahora sé que aprendí a decir adiós antes de saber qué significaba.