Cuando llegó a casa ella no se levantó a recibirlo. Pero no le sorprendió esa frialdad.
Nada le hizo imaginar un reencuentro diferente cuando salió de casa por la mañana. Se levantó, tomó su café, se fumó un cigarrillo, se duchó, se puso su traje y cogió su maletín sin que ella ni siquiera se moviera en la cama. Tampoco lo hizo cuando se acercó y la besó en la frente. Era lo más cerca que últimamente se sentía de ella… pero ella permanecía tan distante.
Desde hace algún tiempo te siento distinta,
no sé qué será, pero no eres la misma.
Observo en tus ojos miradas que esquivan la mía.
Cansado de tanto buscar tus pupilas
pidiendo respuestas a cada por qué.
Pero adivino en ti algo que empieza a huir
y no quiero entender
Cuando un presentimiento no crea razón,
sólo infunde terror.
Siento que te estoy perdiendo…
Perdiéndote.
Fue lo primero que escuchó cuando encendió la radio del auto. Por un instante la voz de Aute lo trasladó a los felices momentos en la Universidad, cuando se conocieron bailando “Las cuatro y diez” en un guateque postadolescente. Pero la letra lo devolvió a la realidad, a su vida actual, a la que nunca quiso tener.
La melancolía que lo invadió en el trayecto al trabajo condicionó el desarrollo de la jornada. No ganó un par de clientes por la poca energía que manifestó en su exposición y estuvo a punto de perder otro por su falta de paciencia. Estaba deseando que terminara ese mal día. Mientras, continuaba sonando en su cabeza la canción.
Y con monosílabos adormecidos
pretendes decir que dialogas conmigo.
Tus gestos son más elocuentes,
al menos son signos de tu indiferencia por todo lo mío,
y más si mi afán es hacerte feliz.
Qué fue lo que pasó.
Dónde estuvo el error, que no pude impedir.
Aunque sé que no es fácil decir la verdad
no la digas jamás.
Siento que te estoy perdiendo…
Perdiéndote.
Porque desde hacía algún tiempo sentía que las cosas no iban bien, que su relación estaba agonizando, que ya no era como la quisiera recordar y no sabía cómo salvarla. Por alguna razón no podía evitar la distancia, aún sabiendo que así sólo contribuía a aumentarla. Y por dentro le iba comiendo el miedo a imaginarla con otro, feliz con otro, entregada con otro.
No podía más. No dejaría pasar un día más sin enfrentar la situación. Pero cuando llegó a casa ella no se levantó a recibirlo. La miró y en un instante estuvo a punto de hablar, pero no lo hizo. No quiso preguntar. No quiso enfrentarse a ninguna respuesta. Ella tampoco. Sólo la oyó tararear “¿Quién puso más?”... Y el siguió sin ni siquiera encender la luz.