viernes, 4 de julio de 2014

El cuerpo acompaña - El g(j)erundio (II)




No sé por qué, escribí jerundio, con j. En realidad, escribí sólo jerun, porque lo encontré demasiado delgado y paré para corregir. Cambié a la g: gerun, y lo reconocí enseguida, porque el gerundio es gordito, lo llena todo en el momento. El único tiempo sobre el que tenemos control, que nos pertenece, es el presente y no se me ocurre nada más presente que el gerundio. Un siendo constante.

Eso da miedo. Puesto que es el único tiempo, la única vida sobre la que tenemos el poder de decidir. Y el deber también. Una gran responsabilidad que no siempre es fácil asumir.

Entonces disfrazamos los gerundios de participios, convirtiéndolos rápidamente en pasado para no tener nada que hacer; o los disfrazamos de infinitivo, empezamos a generalizar y diluimos la responsabilidad. 

Pal gerundio hay que echarle un par. Es grande, es potente, y sobre todo es tentador.

Está claro, ¿cómo voy a escribir jerundio? A fin de cuentas nuestro cuerpo no sólo habla de nosotros, es nosotros. Y nosotros somos sólo en el tiempo infinito que él dure. No existimos sin cuerpo, por eso nos revelamos tanto en él. Por eso importa cómo se escriben las palabras. Y cómo se dicen, también.

Y, claro, cómo se escuchan o se leen.